Gregoria López Ornelas, 55 años. Romualdo Marín Álvarez, 64 años. Vendedores de cañas. Cuquío

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El matrimonio que desde hace más de 25 años “endulza” a Cuquío con una venta amable 
 
Laura Lidia González Castellanos 
 
Mi suegra me dijo que estaba tranquila porque su hijo ya tenía quien le hiciera gordas calientes para cuando ella se muriera”, recuerda Gregoria López Ornelas de cuando contrajo matrimonio con Don Romualdo Marín Álvarez, hace más de 27 años. Lo conoció cuando daba vueltas a la plaza, en las fiestas de mayo de Cuquío, una tradición que llegó a formar parte de muchísimos matrimonios, según constata “Doña Goya”, como la llaman cariñosamente. 
 
Y es que, hasta la fecha, esta pareja ha estado firme en las buenas y en las malas. En las situaciones adversas han resurgido, como dice Doña Goyita, “de las cenizas, lo que ahora no hacen los jóvenes matrimonios”. De cómo comenzó su historia, ella recuerda que Don Romualdo le dijo que iba a ir a su casa a visitarla, luego se hicieron novios y se casaron cuando ella tenía 28 años y él, 37. Su noviazgo duró ocho meses, “y nos casamos a la buena de Dios porque no teníamos nada”, asegura Don Romualdo, lleno de orgullo mientras observa a Doña Goya. 
 
Su llegada al pequeño negocio de las cañas y ser tan conocidos por el pueblo, se dio de manera accidental. 
 
“En una ocasión, me quedé sin trabajo para un mes de septiembre y no tenía manera de sacar el sustento de la familia, y ya para octubre, como es el tiempo que la producción de cañas está buena, un amigo, Manuel Ramírez, me dijo que me fiaba un tercio de cañas, que me pusiera a vender y que si no las vendía que se las regresara”, narra Don Romualdo, quien desde hace 25 años, junto con su esposa, se dedica a esta actividad. 
 
Y aunque de vender cañas “no se hará rico”, como él mismo reconoce mientras sonríe, Marín Álvarez asegura que las cañas y los raspados le dan para comer, aunque lo que gana solamente les alcance “para irla pasando”. 
 
Don Romualdo y Doña Goyita dicen que lo que más les gusta de este negocio es que la gente los conoce muy bien. Cuentan que en ocasiones, cuando no acuden a vender, la gente va y los busca a su casa para saber si están bien. Que disfrutan saber que la gente “los sigue”, “los procura”, y que los clientes les expresan su cariño diciéndoles que la plaza no es lo mismo sin ellos y las cañas. 
 
Actualmente, ambos gozan de su trabajo y reciben el afecto de los transeúntes que los visitan en busca de un helado para refrescarse o motivados por las ganas de adquirir una bolsa con cañas. La manera en la que esta pareja recibe a sus compradores es siempre con una sonrisa, haciendo alarde de su sencillez y de su excelente actitud de servicio. 
 
“Su manera de ser hace que las cañas sean más dulces y se dis- fruten más”, expresa una comensal que espera a que Doña Goyita le prepare su bolsa de cañas. 
 
Por la actitud y disposición evidente en la atención del pequeño puesto, pareciera que para estos dos comerciantes, quienes han disfrutado juntos tanto tiempo, la vida es eso: una constante capacidad de servicio. Con su manera de ganarse la vida, ambos reparten en la plaza algo más que cañas, comparten una filosofía de vida, la disfrutan, sonríen, saborean lo que hacen, endulzando al poblado que siempre han querido, al Cuquío en el que crecieron y en el que han hecho, a partir de un pequeño negocio de cañas, una manera positiva de ver, servicialmente, la vida. 
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