“Al principio me sudaban las manos, luego se me quitó”
Desde hace 40 años la señora Irene acude todos los días a las funerarias de Tepatitlán a rezarle a los muertos y ofrecer consuelo a las familias.
Juan Manuel Sánchez
En una ocasión una familia le pidió que se fuera del velatorio porque no eran creyentes
En Taiwan, la profesión de plañidera tiene una larga historia. Según las tradiciones locales, los difuntos necesitan una despedida con mucho ruido para pasar a la otra vida y ahí es donde entran las profesionales a ayudar a la persona a trascender.
La costumbre de llorar a los difuntos desconocidos es milenaria. Existen registros que demuestran que ya se utilizaba esta práctica en el antiguo Egipto e incluso aparece en la Biblia.
Irene Ortiz de Jáuregui no es una plañidera en el sentido estricto del término. Desde hace cuarenta años acude todos los días a las funerarias a rezarle a los muertos del municipio y ofrecer consuelo a las familias sin pedir nada a cambio. La gente de la funeraria Cruz, y de otras más, ya se ha acostumbrado a su presencia en sus salas de velatorio.
“Cuando era niña un amigo de mi hermano hacía altares de muertos y yo ponía un ladrillo, un olote y cuatro palitos y ese era mi muertito. Desde entonces me gusta rendirles homenaje”.
La señora, madre de 16 hijos, cuenta que de recién casada dormía muy temprano a sus hijos para ir a las casas donde velaban a los difuntos.
Recuerda que uno de los primeros funerales en donde le tocó rezar fue el de su abuelo. La experiencia le quedó tan marcada que decidió continuar con esta costumbre y visitar funerarias prácticamente todos los días.
En su memoria doña Irene guarda muchas experiencias, aunque no todas son buenas. En una ocasión una familia le pidió que se fuera del velatorio porque no eran creyentes. “Y me salí. Siempre he respetado la voluntad de la gente”.
¿Hay alguna historia que le cause dolor?
Sí. Tengo muchas, pero hay una que recuerdo especialmente. En una ocasión fallecieron cinco personas de Valle de Guadalupe en un accidente. Una de ellas llevaba su vestido de novia, otra estaba embarazada y una más murió con su bebe de meses en su regazo. Fue muy doloroso.
¿Qué siente cuando va a los funerales?
Se siente mucho dolor por la familia. Muchas veces cuando canto y hago alabanzas la gente termina llorando.
¿Qué sentía cuando comenzó a ir a los funerales?
Al principio me sudaban las manos no sé si por vergüenza o miedo. Pero después ya no. Creo que es lo que hago es una labor bonita.
¿Cree que alguno de sus hijos seguirá su ejemplo?
Sí. Mi hija Alicia es la que me acompaña más seguido a rezar y cantar a los difuntos. Creo que cuando yo falte le voy a heredar esta costumbre.
PERFIL
Irene Ortiz de Jáuregui nació el 26 de agosto de 1934 en Tepatitlán. Hija de los señores Juan Ortiz Esparza y María Isabel Vera Ramírez, nació dentro de un ambiente de pobreza y humildad. Fue su padre quien le inculcó la costumbre de rezar cuando era una niña. Doña Irene se casó en 1953 con Antonio Jáuregui Cornejo con el que tuvo 16 hijos. Actualmente, tiene 40 nietos y 20 bisnietos.
