“Mi viaje ha sido sufrimiento. Los caminos están llenos de peligros, aparte yo vengo con mi hija de cinco años: dice la hondureña Marelene”
El drama de los migrantes en México: Marlene y Larissa, dos jóvenes migrantes hondureñas, cuentan su complicada travesía hacia los Estados Unidos.
Eduardo Horta G.
Todos los días, la frontera mexicana observa silenciosa cómo cientos (o miles) de migrantes cruzan en busca de sus sueños hacia los Estados Unidos, dejando tras de sí las huellas de la esperanza, del miedo, de las memorias de su andar por tierras desconocidas, a veces con el estómago a medio llenar, con las lágrimas del vacío que ocasiona dejar atrás a sus familias, o con el semblante cansado por lo largo del camino. Desde países como El Salvador, Guatemala, Nicaragua, y hasta Honduras, de donde provienen Larissa y Marlene, que con las manos entrelazadas y la voz titubeante, cuentan cómo comenzó un sueño, que ahora parece más una pesadilla.
"Yo salí porque soy madre soltera, tengo tres hijos. Mi esposo me golpeaba, así que tuve que arreglármelas sola para darle estudio a mis hijas. Y la vida en Honduras no da para eso, así que voy para Nuevo México", dice Marlene, dentro de una casa de asistencia a migrantes en Guadalajara, un lugar que, por seguridad, no se puede develar su nombre ni dirección.
Abandonar el país que les dio la vida es apenas el comienzo, el detonador de todo lo que vivirán en el difícil trayecto hacia el norte.
"Mi viaje ha sido sufrimiento. Los caminos están llenos de peligros, aparte yo vengo con mi hija de cinco años. Es horrible, horrible, horrible. Si seguimos es porque Dios nos da fuerza".
Marlene salió el 6 de enero de su natal Honduras, junto a un grupo de personas, entre las cuales se embarcó también Larissa, una mujer de piel blanca, de entre unos 28 o 30 años. También de una voz tímida, como si fuese una característica de los migrantes, o quizá el viaje les fue dando ese tono.
"Mi historia no es tan diferente, me fui por falta de trabajo. El viaje ha sido difícil, pasamos por un pantano que nos cubría casi por completo. Eso fue a las dos de la mañana. Teníamos todo un día sin comer, y otro día de no dormir. Nos subimos a un bus y nos tiraron en una propiedad privada, de ahí nos sacaron a punta de machete".
Algunos niños hacen el viaje junto a sus padres, y el panorama es aún más triste para ellos que para los adultos, afirma Larissa.
"Lo que más me dolió fue por los niños, verlos caminando y cargando maletas sin poder ayudarlos. Incluso a mi tía casi se le ahoga su bebé en el pantano".
En todos los casos, los migrantes viajan en busca de una oportunidad que la vida se en el terruño, en el lugar que los vio nacer, en su país, el lugar que debería guardarlos siempre, para que nunca se vieran obligados a llorar fuera de su territorio, o como sucede en el peor de los casos; morir fuera de él. Los indocumentados centroamericanos van guardando historias durante su viaje, historias crudas, tristes, pero que no son capaces de robarles el sueño de un futuro mejor.